viernes, 14 de marzo de 2008

El dinero como deuda.

Los defensores de la reforma monetaria explican que la inflación no se debe a un exceso de dinero sino a un exceso de dinero-deuda.

Las teorías económicas hacen caso omiso de la naturaleza del dinero.

Una de las teorías económicas básicas afirma que la inflación se produce cuando hay demasiado dinero en circulación para los productos y servicios disponibles. Sin embargo, los defensores de la reforma monetaria explican que la inflación no se debe a un exceso de dinero sino a un exceso de dinero-deuda.

De acuerdo con las tesis de la reforma monetaria, el dinero-deuda, dinero creado por los bancos mediante préstamos que constituye el 97% del dinero que circula en la economía, genera una falta de poder adquisitivo. Esto se debe a que las empresas están obligadas a subir sus precios para poder devolver los préstamos obtenidos y, a la vez, el consumidor ha de dedicar una parte considerable de sus ingresos a la devolución de préstamos hipotecarios y otros créditos. La inflación surge a raíz del conflicto creado entre consumidores y productores –salarios y precios–, y el conflicto nace de la falta permanente de poder adquisitivo.

En el polo opuesto, los economistas tradicionales sostienen que la inflación se debe a que hay “demasiado dinero para demasiados pocos productos”, una afirmación contraria a la realidad de la que somos testigos a diario: las tiendas están repletas de productos y hay una superabundancia de servicios que la mayoría de los consumidores no puede pagar sin solicitar más préstamos (comprando con tarjeta de crédito, a plazos, etc.). Según la teoría convencional, la inflación es el resultado automático e inevitable de un incremento de la cantidad de dinero suministrado a la economía por encima de la cantidad necesaria para comprar los productos y servicios disponibles. Al haber demasiado dinero, los precios suben hasta absorber el exceso. Estos economistas se olvidan de la deuda que acompaña al 97% del dinero que circula en la economía y de su efecto sobre los precios e ingresos, y le echan la culpa al “exceso de dinero”.

Según los reformistas monetarios, la realidad desmiente la teoría de la cantidad dado que tanto las empresas como los particulares tienen que competir para conseguir suficiente dinero y evitar pedir más préstamos. Las empresas se quejan de la dificultad de encontrar mercados en los que vender sus productos a precios rentables, nunca de la dificultad de producir, y la gente carece del dinero para adquirir los productos y servicios disponibles. Difícilmente se puede atribuir la inflación a un “exceso de dinero” cuando la gran mayoría de familias y empresas se enfrenta a numerosas deudas con entidades financieras.

La economía es cíclica

Además, los reformistas sostienen que, durante una recesión, la inflación “se almacena”, dado que las empresas hacen todo lo posible para no subir los precios y reducir sus costes. Como el único coste que no pueden rebajar son los plazos de los préstamos que deben devolver y, en el caso de empresas cotizadas, los dividendos que los accionistas esperan, a menudo no les queda más opción que despedir a empleados para mantenerse a flote.

En cuanto comienza la recuperación económica provocada en gran medida por bajadas de los tipos de interés con el fin de conven
cer a consumidores y empresas para que soliciten más préstamos, y conseguir de este modo que los primeros consuman y los segundos inviertan y creen más puestos de trabajo, es lógico que las empresas suban los precios. Han formalizado más préstamos para poder invertir y ahora han de mejorar su situación financiera y su margen de beneficios con vistas a reducir el peso de las deudas acumuladas. Aunque la subida de tarifas aplicada por una empresa puede ser muy ligera, se produce un efecto dominó en toda la economía: las empresas notan que sus proveedores han incrementado los precios y tienen que volver a subir los suyos, un proceso que se traduce en un aumento significativo del precio que paga el consumidor.

Como consecuencia, disminuye todavía más el poder adquisitivo de los consumidores. A pesar de que se han creado más puestos de trabajo y hay más dinero en circulación en la economía, porque tanto empresas como particulares han obtenido créditos nuevos, el consumidor medio no dispone de dinero para hacer frente a la inflación.

Opciones para el consumidor

En este contexto, los consumidores tienen tres opciones: aceptar que sus ingresos dan para menos, pedir un aumento salarial o pedir créditos para poder comprar. La primera es encomiable aunque no siempre realista. De optar por la segunda y conseguir una subida, las empresas acabarán incrementando los precios para acomodarla y se regresa al punto de partida. Con arreglo a la política monetaria dominante, basada en la austeridad, las empresas hacen todo lo posible para no subir los salarios y el sistema procura que el consumidor opte por pedir créditos, la tercera opción. En realidad, con un sistema basado en dinero-deuda, la creación de más dinero en forma de préstamos es la única manera de aliviar la presión de la deuda sobre la economía. Los bancos crean el dinero lo cuando conceden préstamos, pero la responsabilidad global recae sobre empresas y consumidores. Si ya no se solicitan préstamos el dinero desaparecería de la economía y no habría manera de devolver la deuda acumulada.

Sin duda, esta situación es insostenible y las propuestas de los reformistas monetarios van encaminadas a permitir una transición gradual desde una economía que no sirve a nadie a un sistema financiero al servicio del ser humano. Además, es de esperar que la omisión en las teorías económicas tradicionales de los efectos del dinero-deuda llegue a ser objeto de debate en universidades y otros foros públicos dada su importancia dentro de nuestro sistema democrático.

Texto basado en The Grip of Death de Michael Rowbotham
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